sábado, 5 de noviembre de 2022

Mesopotamia y su cosmovisión paradisíaca

Mesopotamia y su cosmovisión paradisíaca
Desde el embrujo de la sabiduría bíblica, la descripción del Edén continúa ahondando en la identidad del hombre, libre y henchido de vida. Seguramente por eso, enuncia: «el Señor Dios hizo brotar del suelo [...] el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Gn 2,9). El motivo teológico de los árboles pertenece también al acervo de la teología mesopotámica, que refería, como hacían las culturas antiguas, la presencia de un árbol como eje sustentante del mundo. Así lo señala, a modo de ejemplo, la Epopeya de Gilgamesh, obra señera de la literatura mesopotámica. Muestra como en la ciudad de Eridu, el centro del mundo, se yergue un árbol negro, el Kinsanu, alegoría de la presencia de la diosa Ea, la consejera del ser humano, que se paseaba en torno al árbol.
Aunque el autor de la «descripción del Edén» haya podido tomar el motivo del árbol de la tradición mesopotámica, lo ha injertado en el tronco de la tradición bíblica (EisenbergAbecassis, 24-28). Ahondando en la perspectiva poética, el texto alude a un primer árbol: «el árbol de la vida en medio del jardín». El árbol constituye la alegoría de la actuación del Dios de la vida en la historia humana, pues ha plantado el jardín, y ha formado al hombre para convertirlo en un ser vivo. El Dios de Israel no es una divinidad lejana y extraña, sino el Dios que actúa en la historia, siempre que la libertad del hombre se lo permita, para procurar la felicidad del ser humano, su amigo (Is 41,4.8). De ese modo la narración, como hacía la teología mesopotámica, establece que la actuación de Dios, representado por la metáfora del árbol, está en el origen del cosmos y es el autor de la vida; como hiciera la diosa Ea, antes mencionada, el mismo Dios, como subraya más adelante, mediante otra metáfora, la descripción bíblica, «paseaba por el jardín al fresco de la tarde» (Gn 3,8). Quizá ahondando en el perfil de Ea, el autor establece que Dios no se conforma con aconsejar, también protege al ser humano; pues, aunque el hombre haya pecado, dirá más tarde el texto, «el Señor hizo para el hombre y su mujer unas túnicas y los vistió» (Gn 3,21).
No en vano, la profecía de Jeremías describe al Dios de Israel bajo la veste de un árbol, un almendro, para enfatizar la delicadeza con que aconseja y protege al profeta (Jr 1,11-12). Cuando el Señor envió a Jeremías a predicar la palabra, la ciudad de Jerusalén estaba sumida en la idolatría. La perversión idolátrica aparece bajo la simbología del invierno, la estación en que los árboles carecen de hojas y frutos, metáfora de ausencia de justicia y misericordia entre los habitantes de Jerusalén (Jr 2,11). Entre la adversidad idolátrica, Dios se revela al profeta bajo la figura del almendro (Jr 1,11). En lengua hebrea, el término almendro significa «el árbol que vela»; pues, mientras los árboles en invierno parece que duermen, sin hojas ni frutos, el almendro abre sus flores, blancas y rosadas, para velar el sueño de los otros árboles. Mientras Jeremías predique en Jerusalén, la urbe adormecida por la idolatría, Dios, oculto bajo la alegoría del almendro, velará por el profeta con la mayor delicadeza.
La imagen de Dios palpita bajo la figura del árbol de la vida, plantado en medio del jardín; no obstante, la presencia de Dios bajo la simbología del árbol no es la única, pues, más adelante, el relato subraya la presencia de Dios con la alegoría del paseo divino durante la atardecida (Gn 3,8). Surge ahora una pregunta: ¿cómo aparece en la descripción del Edén la manera en que Dios aconseja y protege al ser humano que ha puesto en el jardín? La respuesta palpita en la mención de otro árbol: «el árbol del conocimiento del bien y del mal»; veámoslo.
La capacidad de aconsejar consiste en el empeño divino por inclinar al hombre hacia el bien; mientras la decisión de protegerlo determina el compromiso divino por defenderlo del mal y empujarlo también hacia el bien. Como reveló la voz divina a Moisés, cuando le entregó los mandamientos en el monte Sinaí, la Ley constituye la mediación más fehaciente con que Dios aconseja y protege al hombre para que huya del mal y goce del bien (Ex 20,1-17). Desde esta perspectiva, cuando Moisés acabó de instruir al pueblo que iba a penetrar en la tierra prometida, añadió, en nombre de Dios, una advertencia: «Grabad en vuestro corazón todas estas palabras [...] y mandad a vuestros hijos que cumplan todas las cláusulas de esta ley [...] pues estas palabras harán que se prolonguen vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión después de pasar el Jordán» (Dt 32,45-47). Desde esta óptica, podemos entender que la mención del segundo árbol del Edén, el árbol del conocimiento del bien y del mal, constituye una metáfora de la ley con que el Dios de la vida encauza por la senda de los mandamientos al hombre que ha formado y acomodado en el jardín.


carlos adrian gomez burgara
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