Poco después de la conquista, durante el siglo XVI los comerciantes de Sevilla eran los únicos que tenían el privilegio de comerciar con America.
Los virreinatos debían proporcionar las materias primas o productos manufacturados necesarios en la metrópoli y está servía como mercado para las mercancías de exportación.
Los esfuerzos para controlar el transporte oceánico fueron legalizados por el sistema de flotas que obligaba a los buques que navegaban entre España y América a ir en convoyes organizados a intervalos regulares. Para que un navío fuera sólo en ruta se requería un permiso especial. Las flotas tenían que llevar armas para defensa y llegó a ser norma que buques de guerra acompañaran a los convoyes comerciales que volvían con metales preciosos y para proteger el tráfico contra los ataques extranjeros. De este modo se logró una seguridad impresionante.
El procedimiento institucionalizado comprendia dos flotas anuales, cada una de cincuenta o más barcos, zarpando una para Veracruz, en el golfo de México, y la otra para Panamá y Cartagena de Indias. Las dos flotas se encontraban en La Habana para regresar juntas a Sevilla al año siguiente, llevando productos americanos en enormes concentraciones navales. Charles Gibson en su interesante libro "España en America" describe estos particulares y añade acertadamente que el Océano Pacífico fue llamado El Mar Español por trescientos años
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